Jodidamente extraño amar



La primera desilusión amorosa te marca de una manera abismal.

Rompe todos tus sueños, ilusiones e ideas.

Genera una herida que, por más que cuides, sabes que no va a cicatrizar bien, porque cuando la luz pegue en cierto ángulo y en el momento menos esperado,

siempre será visible.

No logro entender por qué tendemos a perdernos en el primer amor,

por qué entregamos todo sin dudar.

Veo a mi abuela, veo a mi madre, veo a mis tías perdidas.

Situaciones dignas de una telenovela que me llenan de frustración y no logro entender por qué.

¿Por qué girar en torno a un hombre que no te deja volar? ¿Por qué vivir en conformidad? ¿Por qué amar?

Cuando estaba en el lugar de ellas, con una relación "ideal", "adecuada" y digna de ser fotografiada, solo aguantaba. Aguantaba cada inconformidad y la solucionaba. No sé cuántas veces puedo recordar mis sueños a futuro no compartidos, mi emoción anulada por el comportamiento de él, políticamente asertivo, y la constante sensación de pedir demasiado cuando, según él, ya me lo daba todo. Su falta de tiempo, su nula atención a los detalles y búsqueda constante de confort personal.

¿Por qué no lo podía dejar? Porque nosotras, las mujeres, estamos programadas para tolerar. Probablemente tenga que ver con nuestra raíz biológica. Al fin y al cabo, somos quienes creamos vidas, somos naturalmente más empáticas, propensas a pensar en comunidad y a dividir nuestras energías en tareas que brindan bienestar

¿Habrá alguna manera de romper el patrón ancestral? ¿De desestructurar esa fuente filogenética que hace que nuestros niveles de oxitocina sean más altos en general? Ya saben, la oxitocina: la "hormona del amor", que cuando te la quitan de improviso, sufres todos los síntomas de una persona adicta en plena desintoxicación.

No puedes trabajar, pensar o caminar. Mucho menos quieres hablar, comer o respirar. Y el dolor en el pecho es tan intenso que no entiendo cómo no diagnostican el mal de amor con, al menos, un mes de incapacidad.

Pero no nos desviemos.

Lo peor de todo es que, sabiendo que el amor al final representa tanto sufrimiento,

quiero volver a empezar. Porque jodidamente extraño amar.

Ya tengo la edad suficiente para saber que el amor de Disney no es real:

se engaña, se traiciona y se lastima.

Soy una mujer que ha amado y ha sufrido, que ha visto en primera fila a otras mujeres rezagadas pese al maltrato, la infidelidad y los hijos dispersos por aquí y por allá.

Pero jodidamente aún extraño amar.

También sé que los seres humanos estamos diseñados para vivir en comunidad, lo cual es normal. Y no, no es que me sienta insuficiente sin alguien a quien abrazar. Soy creativa, divertida, bonita, un tanto desenfrenada, con una personalidad sin igual. Lo que ocurre es que extraño amar, porque mi forma tradicional de entender el amor no funciona con las citas rápidas ni con las noches fugaces.

Extraño estar presente para alguien, escucharlo con una atención tan genuina que deje de lado por un momento mi día. Brindarle mi mano, mi brazo, mi pecho y todo mi cuerpo cuando lo necesite. Cuidarlo cuando esté enfermo y consentirlo como una enfermera personalizada, con ese toque sexy que a todos encanta. Verlo triunfar y sentirme tan orgullosa como si el logro hubiese sido mío.

Jodidamente extraño amar.

Admirarlo por su forma de pensar, de actuar, de corregirme y de recitar. Perdonarlo incluso antes de que se disculpe porque conozco su humanidad. Que me enseñe esos datos curiosos que lo hacen un bicho raro a los ojos de los demás. Y, por qué no, que me devuelva las ganas de cocinar.

No quiero perderme nuevamente en el amor, pero

¿qué pasa si aquello que extraño es justo lo que me extravió?

¿Cómo aprender a amar distinto?

Amar distinto a mi abuela, que sirvió como madre cabeza de hogar, tal como debía en su época, pero que además trabajó sin cesar. Tanto así que, cuando partió, mi abuelo no sabía pagar los recibos, administrar su dinero ni mucho menos cocinarse un huevo. Mi abuela, que hasta en su último aliento me recordó que el amor solo existe si es incondicional.

Amar distinto a mi madre, que se cree la Mujer Maravilla y sirve sin parar, sin detenerse a pensar en la brusquedad de las palabras de su esposo al andar. Del esposo que me lastimó, pero peor aún, la engañó. Mi madre, que ama sin medida pero poco recuerda amarse a sí misma.

Amar distinto a mi tía, una mujer de casa que deleita en la cocina pero está encerrada, con un marido celoso empedernido que no la deja soñar fuera de esa caja. Y que, por cierto, le aplica perfecto el dicho: "El que las hace, se las imagina". Mi tía, cuyo cuerpo irradia una calidez humana que encanta.

¿Cómo despegarme del patrón familiar, de la genética y de las ganas jodidas que tengo de volver a amar?

 

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