Reescribiendo el destino neuronal



Ojalá pudiera saber en el momento en que abro los ojos que el día va a ser gris.

Uno de esos días complicados donde tus pies se tropiezan entre sí, donde tus manos se mueven ansiosas sin un objetivo claro, donde tu boca no recita las palabras políticas y cordiales necesarias, y donde tu mente divaga.

Divaga porque se ha hecho tarde y no sabe si tender la cama, bañarse, sacar al perro o simplemente rendirse ante el mal clima y acostarse.

¿Por qué puede llegar a ser tan perezosa?

¿Por qué a nuestro cerebro le gusta seguir patrones conocidos y autodestructivos?

Todos hemos escuchado acerca de la neuroplasticidad: la capacidad de adaptar nuestro cerebro y transformar no únicamente la segregación de hormonas y neurotransmisores, sino también su estructura y funcionamiento.

Flexibilidad, esa capacidad que tiene uno de nuestros órganos más importantes, pero que muchas veces olvidamos implementar en nuestra realidad.

Somos seres rutinarios, de hecho, todo nuestro sistema biológico sigue rutas trazadas una y otra vez, y cuando hay un obstáculo, esto podría terminar derivando en una enfermedad, en una acumulación de estrés y malestar que se traduce en incomodidad.

Es tan simple como que, a mayor repetición de una actividad o pensamiento, más fuerte se vuelve la conexión sináptica, mejor dicho, la liberación de neurotransmisores.

Esto se conoce como la regla de Hebb:

"Las neuronas que se activan juntas, se conectan juntas".

Pero ¿Qué pasa si, desde hace unos años, la temida inseguridad de la pubertad me llevó a trazar caminos y comportamientos negativos?

Algo que ahora se conoce como rumiación depresiva.

Y no es que yo sea singular, creo que de alguna manera todos alcanzamos a tocar ese lugar. Creamos un circuito fronto-límbico, donde nuestro córtex prefrontal, encargado del control cognitivo, se conecta con la amígdala, responsable del procesamiento emocional. Esto intensifica los ciclos de bajadas y subidas, que con el tiempo se vuelven más largos y difíciles de manejar.

En mi caso, todo empieza con la comida.

Ya no quiero cocinar, las horas pasan y mi estómago no pide nada, y la sola idea simplemente empieza a fastidiar.

¿Cómo explicarles que lo único que mi cerebro pide es azúcar en cantidad?

Azúcar, la droga del siglo XXI.

Y la respuesta es tan sencilla que ojalá lo hubiera sabido antes. Porque si así hubiera sido, mi familia no se habrían molestado tanto en esos días donde mi emocionalidad variaba sin cesar, mi cansancio físico era pronunciado y empezaba a titubear.

Mi cerebro, que no logra producir con normalidad la dopamina y la serotonina necesarias, empieza a necesitar alimentos altos en azúcar que le generen esa sensación inmediata de placer y bienestar.

Un alivio fugaz que cada vez dura menos y que, paradójicamente, solo incentiva una ingesta mayor. Porque, al igual que las demás drogas, la tolerancia aumenta gracias a la neuroplasticidad.

El cerebro se reconfigura, modifica sus rutas y refuerza la necesidad de ese efecto placentero para continuar.

Una vez caigo en este patrón, salir de la casa requiere una energía descomunal y hasta el simple acto de arreglarse empieza a fatigar.

Mover los pies, contestar el celular y hasta respirar.

La cama absorbe mi cuerpo y me siento como si estuviera atrapada en arenas movedizas: entre más lo intento, más me canso y más me hundo

.Como ya conozco este patrón, puedo reconocer las pequeñas señales que me indican que mi cerebro quiere volver a ese oscuro lugar. Intento luchar. Todos dirían que es más fácil ahora, que estoy diagnosticada, que los demás conocen mi realidad, pero a decir verdad…

Mi cerebro aplica la de "mejor malo conocido que bueno por conocer".

Toma mucha energía construir un nuevo patrón, toma mucha energía destruir sus hábitos, la manera en la que quiere producir serotonina. Y no se confundan, soy una persona "saludable", entreno alrededor de dos horas y media al día, la mayoría de mis comidas son proteína, ensalada y algo de carbohidratos, pero por mucho tiempo estuve jodida.

Algunos días, aún lo sigo estando.

¿Cómo crear nuevas conexiones neuronales? ¿Cómo cambiar nuestra forma de pensar? ¿Cómo quitarnos el miedo de recaer y fallar?

La respuesta puede sonar un tanto banal, pero

nuestra personalidad crea nuestra realidad.

Porque, si estas rutas son el resultado de nuestros pensamientos, emociones y comportamientos habituales, la solución es demoler todo por dentro, cambiar nuestro yo interno.

Tan simple y, a la vez, tan complejo.

Cuando mis días se van tornando grises, intento observar de manera más consciente: Observar mi cobija favorita, sentir su suavidad, escuchar con atención por si alguna ave canta en medio del tráfico vehicular. Apreciar cada rayo de sol que mi piel pueda captar, moverme con el viento y recordar respirar.

Lo he intentado todo, incluso meditar.

Meditar escuchando ondas theta para calmar mis reacciones neuronales, esas que gritan críticas hirientes que no son verdad. Manifestar e imaginar la vida que quiero. Engañar a mi cerebro y hacerle sentir esta nueva realidad. Sentir con fuerza no solo la tristeza y el rencor, esos viejos amigos, sino también la felicidad.

Gritarlo, manifestarlo y compartirlo con los demás

.Pero, al igual que todo lo que vale en esta vida, esto toma esfuerzo.

Repetición tras repetición.

Error tras error.

Incontables veces en las que todo mi interior quiere que pare, que me detenga, que deje de luchar. Pero si algo me ha quedado más que claro en estos años de dolor, silencio y soledad, es que vale la pena cambiar.

Porque cambiar me ha permitido perdonar y ser perdonada, amar y ser amada. Aumentar las risas sueltas, los abrazos cálidos, los paisajes inexplorados. Darme la oportunidad de sentir el cosquilleo de un nuevo amor, la emoción de un sueño, la sensación de regresar a casa y ver a esa niña interna sana y salva.

Porque el mundo conspirará a tu favor si tú empiezas a hacerlo también. Porque, tal como dice la rubia inmoral, el universo es más bonito contigo en él.

Y en esos días oscuros, cuando la mente quiera arrastrarte de vuelta a lo conocido, recordarás que solo es otra oportunidad para dibujar un nuevo camino que haga tus sueños una realidad.

 

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